Todo lo que me dejó fue mi vergüenza y una pistola.
Para mi suerte, pensó que partirme las piernas sería suficiente.
La vuelta a casa fué dura. Un atardecer mas, en lo que viene siendo una vida cada vez más sensible para pocas cosas, e insensible para muchas otras.
Es cruel dejar a una mujer sin esposo, y también es cruel rebanarle el cuello a un hombre. Pero debió de registrarme cuando pudo, y deshacerse de mi navaja.
Es más cruel mirarle a los ojos mientras despercias sus últimos segundos.
Un tiro hubiese sido suficiente, pero es más cruel todavía matar a un hombre con su propia pistola.
A estos cubitos les falta un whisky, y a esos hombros una cabeza. Y que puedo hacer yo, si la tierra lo echaba de menos. Y la venganza los reunió a ambos, a seis frios pies, bajo el suelo de algún lugar en el que nunca estube.
Las rodillas me seguirán crujiendo, y a su son les acompñará el recuerdo agridulce de no poder olvidar el lugar del que provengo. Lo que almenos espero recordar, y que a veces se me olvida, es que la soledad es una virtud. Y que los caminos, con unas buenas botas, pueden ser grandes amigos.
A pesar de todo, a estos cubitos les seguirá faltando un buén whisky.
martes, 25 de enero de 2011
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